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EL INMORTAL JUAN CARLOS MULINETTI

Juan Carlos Mulinetti nació el 9 de marzo de 1951 en Ticino, provincia de Córdoba, e ingresó al cuerpo de bomberos voluntarios de Villa María en octubre de 1963.

“Nació para convivir con el peligro y su desafío permanente a las acciones de los fenómenos físicos o circunstanciales que amenazaran a los hombres o a los valores materiales, despertaba un gigantesco impulso en su espíritu”, recuerdan sus amigos.

Siempre estaba ahí, al pié del cañón, preparado para ayudar al prójimo. Fue así como llegó a ser jefe del cuerpo activo en el año 1981. Y quienes trabajaron con él lo definen de la mejor manera: “un instructor equilibrado, un consejero y amigo. Fue capaz de imprimir un renovado impulso, nuevas técnicas, buscador incansable de mejorar los sistemas de trabajo, los equipos de rescate, gestor del diálogo ameno y cultor de la amistad”.

Le dio un impulso muy especial al equipo de rescates acuáticos, fue constructor de autobombas, de ambulancias, de equipos especiales y de la única lancha de pantanos para trabajos en inundaciones.

Creó el departamento de rescate en alturas, que fuera el primero en el interior del país. Además fue fundador de la primera Escuela de Capacitación y programación de bomberos voluntarios de la provincia de Córdoba.

Su accionar profesional trascendió los límites provinciales y se convirtió en punto de referencia y consulta sobre diferentes temas relacionados al mundo bomberil. Estaba casado con Beba y tenían cinco hijos. Todos recuerdan aquel viaje de bodas a Carlos Paz en autobomba. Resulta que había que probarle el motor recién hecho y el Mula aprovechó y la invitó a la Beba a pasear.

Tal vez suene extraño, poco convencional, pero el Mula no era un tipo convencional y la Beba, seguramente, lo quería por eso y porque no muchas mujeres tienen su luna de miel a bordo de una autobomba”, aseguran sus amigos.

El domingo 23 de octubre de 1983 Juan Carlos se encontraba con un grupo de bomberos trabajando en las compuertas del balneario y dos jóvenes que navegaban en una piragua fueron arrastrados por las caudalosas aguas del río. El Mula no lo dudó ni un instante y acudió en su auxilio. Ese fue su último acto de servicio, su última enseñanza, su último gran mensaje. En ese rescate dejó su vida.

El Mula vio venir a los dos jóvenes en la piragua, los vio avanzar y doblar la curva que hace el caprichoso diseño del río. La piragua apareció detrás de los yuyos altos. Los vio venir y, haciendo una pausa en su labor, les gritó que peguen la vuelta, que no se metan ahí, que no intenten llegar hasta las compuertas y pasar por debajo, que se vuelvan. Los muchachos pegaron la vuelta y el Mula siguió en lo suyo.

Pero de golpe la piragua volvió y él vio que pasaba torrente abajo, se rompía y despedía a sus tripulantes que quedaron atrapados en la furia del agua. El Mula, demostrando una vez más esa valentía y entrega digna de los grandes, se tiró a rescatarlos.

Luego de luchar contra la corriente consiguió, con gran esfuerzo, sacar a uno de los tripulantes de la piragua, lo depositó en manos de uno de sus colaboradores y volvió a entrar al agua. Pero el destino le jugó una mala pasada, un tronco apareció de repente e impactó en el héroe, en el bombero, en el hombre.

 

Su esposa, sus cinco hijos, los bomberos, todo el pueblo y la gran comunidad bomberil, lloraron largamente tan lamentable pérdida. Poco tiempo después, el balneario fue bautizado con el nombre de Juan Carlos Mulinetti. Superman no teme, como no teme el Hombre Araña, ni temen esos tipos de la pantalla grande que se baten contra la mar de las calamidades y apenas si se despeinan (y eso desde hace algunos años nada más), porque total tienen un doble de riesgo.

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